Dicen que los“inventó” Daniel Hadad cuando este empresario era dueño de Radio 10 y la había convertido en un suceso. En realidad lo que Hadad hizo fue replicar algo exitoso que ya se hacía en España. Sea como fuere, los “pases” de un programa de Radio a otro son uno de los fenómenos de la Radio de los últimos 10 o 12 años y, más acá en el tiempo, de los canales de noticias de la TV.
Hablamos de ese segmento donde un conductor le pasa el espacio radial a otro y ambos generan un ida y vuelta con sus opiniones y comentarios. El pase puede durar desde cinco minutos a quince o veinte, pero los hay también de hasta media hora o más. Basta decir que existen anunciantes que exigen pautar sus publicidades en esos pases por la buena audiencia que generan. Diríase que la base primigenia fue la de darle un fluir continuo a la programación de una emisora, como si fuera un hilo conductor o un engarce.
Esta idea del pase sirve para muchas cosas: para el humor, para la ironía, para que el conductor que se despide deje definiciones sobre algunos temas de agenda o para que el animador que llega pueda adelantar asuntos que tratará en su ciclo. Hay pases picantes, polémicos, distendidos. Unos aportan primicias, otros chismes y pavoneo. Algunos son frescos. Otros, cargados. Han generado aciertos, alimentan el rating, pero a veces algunos se van un poco de mambo.
Los benditos pases han producido asimismo no pocos conflictos. El de esta semana estuvo en Radio Rivadavia, en el pase entre Baby Etchecopar y Cristina Pérez, donde la periodista se negó a avalar el tono con que el inefable Baby hacía alusiones a supuestos amoríos de Máximo Kirchner con dirigentas de La Cámpora.
Quizás el más famoso bolonqui generado por los pases haya sido el que generaron el año pasado Marcelo Longobardi y Jorge Lanata en Radio Mitre y que terminó para el traste tras una larga disputa por los minutos que supuestamente Longobardi “le comía” al programa de Lanata. Ese balurdo fue una de las cosas que dio pie para que Longobardi terminase renunciando a esa Radio donde era “un clásico” que lograba todos los días el mayor rating en la primera mañana radial, de 6 a 10, en las Radios porteñas.
En el historial de los pases hay casos de periodistas que se negaron hacer esas performances porque no se tragaban mutuamente con el que lo seguía en el micrófono. Fernando Bravo con Víctor Hugo Morales, por ejemplo, en Continental. Es que en muchos casos el pase intenta sacarle jugo a la confrontación de conductores con estilos diferentes. Algunos juegan ese momento con alguna elegancia profesional, pero a otros se les nota bastante la disconformidad.
Hay un -creemos que minoritario- grupo de oyentes y espectadores contrarios a los pases de programa. No les gustan para nada. Creen que es un merengue que le quita personalidad al ciclo de su agrado. Sostienen que un programa debe comenzar y terminar bajo un mismo concepto de conducción y que hay que evitar cambalaches.
Hay estilos de conducción a los que les calza “el pase”, por ejemplo, el que hacen Jonatan Viale y Eduardo Feinmann en LN+. Pero en ese mismo medio hay otros periodistas a los que si se les impusiera un pase sería un error.
Todos esos famosos pases y las discusiones que se están generando desde hace un tiempo deberían englobarse en un debate más amplio sobre la situación del periodismo en general, que ha ido mutando y rebajando parte de su rigor profesional. Cada vez hay menos programas, sobre todo en la TV, donde se les otorgue espacio a todas las campanas.
Los medios sostenidos por el Gobierno nacional llevan a sus programas sólo a militantes fieles al kirchnerismo. Y los que deberían ser un ejemplo de prensa independiente, únicamente a críticos del oficialismo. Quedan muy pocas excepciones a esta regla que pareciera haber sido fijada por los gendarmes de la grieta.
Fuente: Manuel De Paz / diariouno.com.ar